El origen del olivo se pierde en el tiempo y se fusiona con la expansión de las civilizaciones del Mediterráneo que, durante siglos, dominaron el destino de la humanidad y plasmaron su huella en la cultura occidental.
Se han encontrado fósiles de hojas de olivo en los yacimientos del Plioceno en Mongardino, Italia. También se han descubierto restos fosilizados en estratos del Paleolítico Superior en el criadero de caracoles de Relilai, en el norte de África, y se han descubierto trozos de olivos silvestres (acebuche) y huesos de aceituna en excavaciones del período Calcolítico y de la Edad de Bronce en España. La existencia del olivo se remonta al siglo XII a.C.
El origen del olivo silvestre se sitúa en Asia Menor, donde crece en abundancia y forma espesos bosques. Parece haberse extendido desde Siria hasta Grecia, a través de Anatolia (De Candolle, 1883), aunque otras hipótesis sitúan su origen en el Bajo Egipto, en Nubia, en Etiopía, en la cordillera del Atlas o en determinadas regiones de Europa. Por esta razón, Caruso lo consideraba autóctono de toda la Cuenca Mediterránea y localiza el origen del olivo cultivado en Asia Menor hace unos seis milenios. Los asirios y babilonios eran las únicas civilizaciones antiguas de la zona que no conocían el olivo.
Si consideramos el área que se extiende desde el sur del Cáucaso hasta la meseta iraní y las costas mediterráneas de Siria como la cuna del olivo, su cultivo se extendió de forma notable en estas dos últimas regiones y se expandió desde allí hacia la isla de Chipre y Anatolia, o bien, desde la isla de Creta hacia Egipto.
Fuente: COI