A partir del s. XVI a.C. los fenicios difundieron el olivo por las islas griegas y, más tarde, en los siglos XIV a XII a.C. por la península griega, donde se incrementa su cultivo, llegando a alcanzar gran importancia en el s. IV a.C. cuando Solón promulgó decretos para regular la plantación de olivos.
Desde el siglo VI a.C. se propagó por toda la Cuenca del Mediterráneo extendiéndose a Trípoli, Túnez y a la isla de Sicilia. A partir de ahí, pasó al sur de Italia. No obstante, Presto sostiene que, en Italia, el olivo se remonta a tres siglos antes de la caída de Troya (1200 a.C.). Otro analista romano (Penestrello) defiende que el primer olivo fue traído a Italia durante el reinado de Lucio Tarquino Prisco el Viejo (616 a 578 a.C.), posiblemente procedente de Trípoli o de Gabes (Túnez). El cultivo se extendió de sur a norte, desde Calabria a Liguria. Cuando los romanos llegaron al norte de África, los bereberes sabían injertar acebuches, extendiendo su cultivo por todos los territorios que ocupaban.
Los romanos continuaron la expansión del olivo por los países costeros del Mediterráneo utilizándolo como arma pacífica en sus conquistas para asentar a la población. Se introdujo en Marsella alrededor del 600 a.C. y desde allí se extendió a toda la Galia. El olivo hizo su aparición en Cerdeña en la época romana, y también se dice que lo trajeron los genoveses a Córcega después de la caída del Imperio Romano.
Fuente: COI